En nuestro país se eleva a cada instante la bandera de la educación, como uno de los pilares del desarrollo y del crecimiento, no obstante, del dicho al hecho, hay mucho trecho.
El 4% del PIB, debería ser dedicado a la educación, a proyectos de crecimiento, a construcción de escuelas y otros renglones relacionados con este básico renglón del desarrollo de los pueblos.
Analizando la realidad dominicana, nos damos cuenta de que no existe conciencia en quienes son los protagonistas de enseñar y propiciar cambios y reformas sustanciales en el sistema educativo del país.
Cuando nos damos cuenta de que la alimentación de un niño no es adecuada para ir a recibir el otro pan, el de la enseñanza, estamos disfrazando la realidad, primero debemos hablar de las necesidad básicas que deben ser cubiertas a los estudiantes, hablar de una calidad de vida y de un sistema que provea las atenciones mínimas que como seres humanos deben recibir los futuros profesionales del país.
Cuando visitamos una escuela rural y vemos las condiciones deplorables en que se imparte docencia, entonces entendemos que hace falta no sólo comida, tiza, borrante, si no también la certeza de que el Estado es quien debe crear las condiciones para que la enseñanza que se imparte sea recibida por el docente.
Algún día, tenemos la esperanza, de que la educación dominicana se cure de la fiebre que no está en la sábana, si no en un nivel de conciencia errado, mezquino y controlado por los intereses de quienes controlan los bloques económicos del mundo y las decisiones de los países supeditados a ellos por las grandes deudas sostenidas en su historial político-social y económico.
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