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lunes, 16 de julio de 2007

Nihilismo... y Valores desvalorizados

El planteamiento mismo de la cuestión sobre el nihilismo tiene un carácter polisémico tanto respecto a su formulación lingüístico-conceptual, como a su significación histórica, y como cuestión filosófica específica, abarca diversos planos de análisis que comprenden tanto la metafísica, la ontología, la lógica, la ética y la filosofía de las religiones. Además, el asunto roza vertientes que tocan y aparecen como urgentes de afrontar respecto a la vida inmediata de los seres humanos. Por ello la cuestión se mantiene viva en el repertorio de los problemas vitales que encarar por el pensamiento desde los finales del siglo XVIII.

Esta cuestión es, quizás, como acontece con muchos problemas filosóficos, irresoluble, pues no tiene una resolución única e unívoca. Empero, por estar dotada de altísima prioridad para nosotros, que necesitamos tomar conciencia de las fuerzas hostiles que conspiran contra la realización plena de la vida humana, posee una historia que se despliega, como acabo de decir, desde los albores de la modernidad. Estimo que el problema del nihilismo es un problema central de la modernidad.

El nihilismo lleva en sí, en su marca lingüística, una huella indeleble de su relación con la "nada", por el "nihil" que aparece en su raíz, tal como señalara el personaje de Turguéniev, Nikolái Petrovich. Sin embargo, el pensamiento occidental presenta desde sus orígenes un nexo indisoluble con la nada, y no por ello llegamos al extremo de calificar el acto de pensar como una actualización del nihilismo.

Si no se ve claro a lo que me refiero, simplemente recordaré que en los inicios de Grecia, Parménides señalaba: "El ser es, el no ser no es". Esta sentencia de una tremenda brevedad podría ser vertida en la siguiente expresión: "El ser es, mientras que la nada no es".

Debería resultar evidente que si el ser es la característica, la propiedad presente y actuante en lo que es, en este mismo sentido, la nada, no posee el ser, y por ende, no posee esa propiedad, ese modo de presentarse, pues si la pudiese tener presente de alguna manera, entonces sería parte del ser y, en consecuencia, dejaría de ser "nada", no-ser, y pasaría de alguna manera a participar en el ser.

Esta frase inicial de la filosofía occidental la interpreta el filósofo italiano Emmanuele Severino –dedicado y profundo estudioso de Parménides a cuya interpretación adhiero- en el sentido de que "el ser es, en verdad, aquello que se opone a la nada; es, cierta y precisamente, este oponerse".

Por ello, creo que podría concluirse diciendo que lo característico, lo propio y esencial del "ser" sería el sostenerse, el mantenerse en el ser en oposición y guerra contra la nada.

Si así fuere interpretable la expresión parmenidea, se podría comprender el ser, no como algo muerto, como pura materia arrojada, como "ob-ietum", sino como el poder y la fuerza fundamental en la que todo aparece y de la que todo hace parte; sería como una especie de energía que consistiría en buscar permanecer en su propio estado o propiedad y de esta manera se opondría a lo que no es. No voy a ampliar más, aquí, este tema abstruso, incomprensible para la gran mayoría de los seres humanos corrientes. Pero creo que lo señalado puede dar estímulo a los filósofos para pensar.

Retomo el hilo de lo expuesto, indicando que en el ser hay siempre una indefinida referencia al no-ser, a la nada. Por tanto la problemática sobre la nada no es algo abstracto y mental, es un asunto que palpamos todos, todos los días, a cada hora, en nuestras vida y en la de los seres humanos con que convivimos. Testimonio de la nada en nuestra cotidianidad son la presencia de la muerte, la negación, el dolor, el vacío, el fracaso, etc.…

El nihilismo comienza a percibirse en la historia cuando surgen conflictos graves que ponen en entredicho el sentido reinante, quizás durante milenios, sobre la esencia de la vida en general, sobre su origen y destino, sobre el sentido que tiene la vida humana y sobre cuál podría ser su finalidad.

Fue precisamente después de la Revolución francesa de 1789, cuando comienzan a imponerse, en Occidente, esto es, en Europa, nuevas formas de vida y nuevos valores, diferentes a los que imperaban desde el medioevo. Entonces el cristianismo comienza a encontrar objeciones y contradictores; surgen nuevas manera de creer e interpretar el destino del ser humano y del mundo en general, que se oponen, compiten, y algunas veces se burlan, del sistema de creencias sostenido por la teología cristiana y la tradición que a ésta se refiere.

Esto se tradujo en una situación de grave incertidumbre y precariedad respecto a cómo comportarse, y sobre todo, comienzan a aparecer sombras sobre cómo orientarse en el mundo.

Esto a su vez produce una situación de inseguridad, una sensación de extravío en un universo que cada día se conoce mejor como pura y simple exterioridad, como simple materialidad, como un almacén de energías o como un "océano de fuerzas" que parecería dispuesto y preparado para que el ser humano se posesione de ellas y las aprenda a manipular en propio provecho, mas, que, a pesar de estar a nuestra aparente disposición y ser aprovechable según nuestra voluntad, resulta ser, para el ser humano, un compañero de viaje incómodo, sordo y mudo, muerto, vacío, que no nos dice nada con respecto a la necesidad de abrirse a lo infinito y lo misterioso que se da en el corazón del hombre.

Entiéndaseme. Cuando digo que el proceso de revelación del nihilismo comienza con la Revolución francesa no señalo con ello a una efeméride que tenga una validez cósmica, absoluta. No, lo que intento es indicar hacía un acontecimiento histórico relevante, capital, para la puesta en marcha de la modernidad, que produjo gran conmoción en los espíritus, grandes mudanzas sociales y alteraciones en la conciencia humana a partir de esa época.

Igualmente se podría mostrar como punto de partida de este proceso, el despliegue de las ideas de la Ilustración, la revolución científica que se produce entre los siglos XVI y XVII, la Reforma protestante del siglo XVI, el origen del renacimiento por la caída del Imperio bizantino, las Cruzadas, o a cualquier otro acontecimientos de esta especie.

Lo importante para el surgimiento del nihilismo –que es lo que busco resaltar- es la conciencia de encontrarse ante una crisis histórica nunca vista, que debilita profundamente o hace precipitar, hundirse, los valores vigentes sostenidos en las creencias y las tradicionales. En esos momentos la dinámica social pierde consistencia y se siente que el suelo firme de los valores que rigen la vida se quiebra. Desde la toma de conciencia de vivir en una profunda crisis de los valores fundamentales es como aparece el nihilismo en el ánimo humano.

Ortega, señalaba que "las ideas se tienen, pero sobre las creencias se está". Lo que el filósofo español subraya, es que debe de esperarse que surgirá el desasosiego en una determinada sociedad o época, no cuando cambian las ideas, pues éstas son accesorias, son instrumentos para poder comprender el mundo, sino que se sentirá que todo se hunde y pierde significado, precisamente, cuando pierden crédito individual y social las creencias tradicionalmente aceptadas, pues estas constituyen el pedestal, la base, sobre la cual descansa nuestra vida, nuestra éticidad y, en general, constituyen nuestro horizonte vital, nuestro mundo, que sin ellas, sentimos como que se derrumba.

Nietzsche, que como analista y desmitificador del fenómeno del nihilismo fue un maestro, señala los grandes aportes que hizo el cristianismo a lo que fue la seguridad vital e histórica de la humanidad europea. Éste confería al hombre un valor absoluto a pesar de su nimiedad respecto a las dimensiones del universo; el mundo aún con el dolor y la muerte era algo perfecto, pues era la creación de Dios y su reflejo; el hecho de descender de lo divino y estar en contacto con Él le daba al humano participación y conocimiento de los valores absolutos. Con ello –concluye el filósofo-: "Se evitó que el hombre se despreciara… que tomara partido contra la vida, que desesperara del conocimiento: El cristianismo era un «medio de supervivencia». La moral –cristiana- era un «remedio» contra el nihilismo…".

Sin embargo, Nietzsche, reconoce que ya en su siglo –el XIX- no hay posibilidad de restaurar históricamente la visión absoluta que sirvió de base al cristianismo.

Reconoce que desde el siglo XIX en adelante Occidente se encuentra "En el horizonte del infinito. Hemos abandonado tierra firme… Hemos dejado el puerto atrás, más aún, hemos roto vinculación con tierra firme. ¡Toma precauciones! A tu lado está el océano… llegaran horas que reconocerás que es infinito, que no hay nada tan terrible como la infinitud. Ay, cuando te viene la añoranza de la tierra firme, como si hubiese habido [en ella] mayor «libertad»… y ya no hay «tierra firme»".

El nihilismo surge como el estado normal, el estado de vida predominante, cuando en todos los actos y situaciones que vivimos descubrimos que falta la finalidad, el sentido, la referencia a un valor que rija para todos. Entonces, viene a "faltar la respuesta a la pregunta por el «por qué»". Y Nietzsche de nuevo se cuestiona y responde tajantemente: ¿Qué significa nihilismo?, y su respuesta es concluyente: «que los valores supremos se desvalorizan»". Esta es, creo, la respuesta primaria, elemental, que podemos dar, hoy, a la interrogación que nos formulamos al inicio de este ensayo..

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