Talvez por los dones que Dios me dio, por la educación que me dejaron de herencia mis padres y por lo mucho que he trabajado el talento con el que me premió la vida, puedo hablar de esto. Conozco bien lo caro de precio a pagar por ser distinto y por ser triunfador. Y sé, por propio paladar, que el éxito del talento, el estudio y el trabajo tiene un sabor agridulce. Cuando el artista comienza, sus primeros seguidores se convierten en sus promotores naturales y sus fanáticos defensores de lo que sienten valioso y suyo.
Y ven en ese amigo o amiga, con quien compartieron el anonimato, un cercano ejemplo de que se puede ascender del suelo al cielo. Pero, luego, en la medida en que la figura pública se eleva y se aleja comienzan a devaluar a la persona estrella, a difundir calumnias que deshonran, como si el triunfo del otro fuese el fracaso propio. Es un fenómeno universal, son los compatrioras y conciudadanos, compañeros y colegas de una persona que asciende los que menos reconocen sus méritos.
La frase “Nadie es profeta en su tierra” nació cuando Jesús, ante la incredulidad sobre su significación, su sabiduría y sus milagros siendo el hijo del carpintero dijo: Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta. Cuando estuve como jefe del Aeropuerto me sentí tentado a colocar en el techo esta advertencia: RD: prohibido triunfar. Con razón, cuando a nuestro gran humorista Paco Escribano le preguntaron: ¿Si Ud. volviera a nacer, que le gustaría ser? El genial Don Paco respondió: ¡Extranjero!
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